miércoles, 29 de octubre de 2008

Libertad grande, ciudad pequeña

La libertad de expresión es grande y Ciudad Real una ciudad pequeña. Quizá demasiado pequeña para llevar la profesión periodística con la sola consideración de la ética y la verdad, y la determinación de trasmitir a la sociedad informaciones veraces y opiniones libres sin más obstáculo que la ley, pero me temo que una cosa es el concepto y otra su ejercicio, como diferentes son la labor periodística entendida como un contrapoder –“la policía de papel frente a los poderes de hierro”- o como mero brazo mecánico de los grupos políticos o económicos.

Y dado que se es más cómodamente libre en el anonimato que arriesgarse a serlo en una realidad urbana circunspecta, donde todos somos fácilmente reconocibles, humano es comprender el apacible relato de los días que hacemos en los medios de comunicación desde la mansedumbre de un empleo estable. No somos héroes, hay que comer.

Pero la libertad de expresión, muy laureada por los políticos de todo cuño, es un derecho constitucional básico (léase el artículo 20). Obviamente, la libertad de expresión tiene un límite, también reflejado en la Constitución que son los derechos constitucionales de las personas, entre ellos el honor, la intimidad, etc, y en consecuencia, un lugar de encuentro cuando una y otros colisionan: los tribunales.

El artículo que ha publicado Carlos Otto Reuss en su blog, titulado Por encima del bien y del mal, es un hecho insólito por mero contraste. La opinión, así como el trabajo periodístico de investigación, la independencia real, la imparcialidad y la pluralidad son así mismo excepcionales en esta provincia, (en algunos menos que en otros, paradójicamente la titularidad pública contra lo que pueda parecer es una garantía) y apenas despunta a nivel autonómico, dada la perversión de la dependencia de muchos medios de comunicación de sectores ajenos a la auténtica empresa periodística, lo cual favorece la génesis de una información ya tasada, convenida y conveniente.

Añado que la independencia total no existe en ningún medio, ni provincial ni regional ni nacional y que todos adolecen de un zona de sombra a la que eufemísticamente se le llama línea editorial, y que esa línea editorial es a su vez la libertad de expresión con que el medio se ofrece a los ciudadanos. Con la salvedad de los blogs y la participación en los periódicos digitales en los que la libertad adquiere toda su crudeza amparada en muchos casos en el anonimato.

El resultado es un biorritmo monocorde y plano en el colectivo provincial, mal pagado y atemorizado ante la amenaza del despido, que es la muerte civil en democracia, como una reminiscencia de suertes menos deseables en otros regímenes. La diferencia entre dictadura y democracia es que en la primera la sociedad teme al poder y en la segunda es el poder el que tiene que temer a la sociedad como ratifica el cíclico examen cuatrienal de las urnas.

En realidad no es una profesión fácil la del periodista de provincias, sino una tarea que en muchas ocasiones nos sorprende en un incómodo terreno a media distancia entre la libertad, la zona de sombra y la propia supervivencia.

De ahí, insisto, que la contundencia de la opinión de Otto Reuss haya sonado demasiado fuerte en medio de la sordina general. Discrepando del brochazo gordo al que se recurre en más de una ocasión. Sí le honra el arrojo y la claridad con que ha escrito sobre un tema tabú, siquiera por el mérito de poner negro sobre blanco lo que la inmensa mayoría de los colegas comentamos en nuestros mentideros.

Confío en que su despido no se deba al ejercicio de su libre opinión en su propio blog porque si así fuera, equivaldría a que ha llegado el momento para que los periodistas dejemos los atavismos a un lado.

Carlos ha puesto al colectivo de informadores y periodistas frente al espejo. Y no es la primera vez que el gremio ha sufrido en sus carnes las consecuencias de los movimientos telúricos de intereses espúreos. La única manera de respetarnos a nosotros mismos como profesionales es empezar a sacudirnos la modorra.

Y en cuanto al Aeropuerto, a nadie se le oculta que, después de once años, ande todavía con casi los mismos problemas que surgieron apenas fue concebido; por el empecinamiento de su ubicación primero y por la falta de compromisos de solventar desde el inicio y para siempre los inconvenientes derivados de la existencia de una ZEPA y el cumplimiento escrupuloso en tiempo y forma de las medidas exigidas por la DIA.

Que entre en funcionamiento con todo en regla y actúe como catalizador de la economía provincial y regional es algo que indudablemente está esperando la mayoría de la sociedad castellano-manchega.

Manuel Valero
29 de octubre de 2008

Fuente:
miciudadreal.com.

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